La crisis generada por la pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia las fallas estructurales del sector de artes y la cultura de nuestro país. A partir de las medidas que, con toda razón, para salvaguardar la salud y la vida de las personas, han tomado las autoridades de Gobierno, nuestra actividad ha sido de las primeras en verse detenida, siendo, además, una de las últimas que podrá reactivarse. Esto ha tenido un fuerte impacto en la situación económica de muchas personas trabajadoras del sector, pese a diversas iniciativas que se han impulsado, tanto desde la institucionalidad pública como desde el sector privado, para paliarlo. Aunque también es cierto que, más allá de la actual coyuntura, desarrollar proyectos económicamente sostenibles en el campo de las artes y la cultura, en Costa Rica, resulta realmente heroico.
Sin embargo, como toda crisis, esta puede generar oportunidades de cambio. Un cambio que podría darse es que se genere una mayor consciencia en el sector de que sólo articulándonos, organizándonos, generando una agenda común y un discurso sólido con el que dialogar con los otros sectores de la sociedad y con las instituciones del Estado, podremos hacer frente a los desafíos que tenemos. Esos desafíos, yo los resumiría en una sola palabra: precariedad. Y no me refiero únicamente a la precariedad económica -que la hay- sino, además, a lo que yo llamaría precariedad política. Esto permitiría transformar el modelo de gobernanza en el ámbito de las artes y la cultura en nuestro país, la cual tendría que favorecer la participación del sector en la definición de políticas públicas y en su implementación.
Sé que en el sector hay mucho escepticismo en cuanto a la idea de organizarse. Reina una especie de individualismo inercial, asumido como “natural” e inevitable, pues se entiende que el éxito es un logro personal y nunca el producto de una combinación de factores subjetivos que incluyen, sí, el talento y el esfuerzo personal -con el acompañamiento de personas que potencian ese talento- y factores objetivos, generados colectivamente: instituciones públicas y privadas de formación artística; políticas públicas de estímulo a la creación, producción y distribución de bienes y servicios culturales y de formación de públicos; infraestructuras y espacios de exposición y encuentro con el público; fuentes de financiación pública y privada, pero, ante todo, cierto consenso social en el sentido de que el arte y la cultura es algo esencial para la vida de las personas.
Del sector, lo que percibo es que, en el mejor de los casos, cuando se articulan voluntades y esfuerzos, dicha articulación se dirige a desarrollar proyectos y emprendimientos artísticos que logran, en ocasiones, tener relativo éxito. Sin embargo, aunque las hay, cuesta ver iniciativas que se sostengan en el tiempo y que se dirijan a generar músculo político para incidir en las condiciones estructurales del entorno en el que desarrollamos nuestra actividad, para que este sea más estimulante e, incluso, permita, a quienes desarrollan esos proyectos y emprendimientos, tener mayor proyección, tanto a nivel nacional como internacional.
Para hacerme entender mejor, voy a acudir a una analogía que me permitirá explicar lo que percibo que pasa con el sector de las artes y la cultura en el país. Para ello, voy a remitirme a otro de los campos en los cuales también me he movido laboralmente por varios años. Me refiero al trabajo que he realizado con Asociaciones Administradoras de Sistemas de Acueductos y Alcantarillados Comunales, más conocidas como ASADAS.
Es importante comenzar explicando que en Costa Rica existen más de 1.400 asociaciones de este tipo, las cuales están conformadas por vecinas y vecinos de comunidades rurales y periféricas, cuyo fin es autogestionar, no sin la fiscalización del AyA, el sistema de acueducto del que se abastecen de agua potable. Para quienes no lo saben, las ASADAS garantizan el acceso al agua potable de casi el 30% de la población del país.
Ahora, hasta hace no mucho tiempo, se consideraba que el sistema de acueducto que administra una ASADA incluía única y exclusivamente la obra gris. Y fue hasta hace relativamente poco tiempo que se comprendió que era fundamental incluir, como parte del sistema, el entorno natural, las áreas de recarga y de protección de las fuentes de agua.
¿Por qué planteo todo esto? Bueno, porque pienso que en el sector de las artes y la cultura pasa algo similar a lo que pasaba con las ASADAS hace unos años. Una ASADA puede tener los mejores tanques y las mejores tuberías; pero, si quienes la conforman no están protegiendo el bosque y, por ende, los mantos acuíferos y las fuentes de agua, no están haciendo la tarea. Incluso, están poniendo en peligro la salud y la vida de las personas de la comunidad. Es más, tendrían que coordinar con quienes conforman otras ASADAS y con otros actores de distintos sectores que se encuentran dentro de la misma cuenca hidrográfica para planificar e implementar acciones que garanticen que haya suficiente agua de calidad para abastecer a las comunidades y para asegurar los equilibrios ecosistémicos.
Igual pasa con el sector de las artes y la cultura. En el país se han estado formando muy buenas y buenos artistas -sea que tengan estudios formales o no-, en todos los campos; pero esto equivale solamente a tener muy buena tubería y muy buenos tanques. Si como artistas y personas trabajadoras de la cultura no nos vemos a nosotras y nosotros mismos como parte de un “ecosistema”, en el que ningún elemento está aislado de los otros, entonces no estamos haciendo toda la tarea. Y aquí, para mí lo que se pone en peligro es la riqueza y el patrimonio cultural del país.
Es necesario ocuparse del entorno, pasar de ser únicamente sujetos “estéticos” a ser sujetos “éticos” y “políticos”, parafraseando a mi profesor en la Escuela de Filosofía, Roberto Fragomeno. Y no es que todas las personas del sector tengan que dejar el lapicero, el pincel, la cámara, la guitarra, el escenario e irse a hacer lobby político al Ministerio de Cultura y Juventud o a la Asamblea Legislativa -aunque sería genial que también lo hicieran. De lo que se trata es de comenzar a comprender que organizarse es importante, que crear estructura organizativa o fortalecer la que ya existe es fundamental. Tan fundamental como saber tocar bien el instrumento musical.
Pero no basta con afiliarse. Se requiere dotar de recursos a las organizaciones, darles herramientas de trabajo, participar, proponer, involucrarse, movilizarse. De lo que se trata es de sumar y de construir, para que no sigamos siendo el sector precarizado económica, política y -agregaría yo- moralmente que, considero, somos actualmente.