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Testimonio


Inicios de 2008: me llama un primo para preguntarme si me gustaría abrir el concierto de Mercedes Sosa que tendrá lugar el 1 de marzo en el Palacio de los Deportes. Él, como gerente de una empresa, se había reunido con el productor del mismo y en la reunión surgió mi nombre como el del posible telonero. Mi respuesta: por supuesto que sí. Al rato, me llama el productor y, sin que faltase el típico “regateo” de "¿me vas a cobrar? Mirá que esto sirve para tu carrera”, llegamos a un acuerdo: 100 mil colones.


Llega el día del concierto. Prueba de sonido, nervios, filas de gente entrando al recinto. Adrenalina al máximo. En el camerino recibo la visita de un señor que ya antes había visto. Lleva una plantilla de repertorio. Es de la Asociación de Compositores y Autores Musicales, de la que soy miembro desde… desde… ufff, desde hace tiempos. Quizás desde el 94… No sé. Alguna vez fui a alguna asamblea. Inscribí mis canciones porque sentía que en algún momento podía pasar algo con las mismas. No sé. O quizás sólo se trataba de pertenecer a algo en función de aquello que sentía más mío y por lo que sentía más orgullo: mis canciones.


El señor me pide que llene el formulario con los nombres de las canciones que voy a interpretar. Yo, escéptico, lo completo. Antes había recibido algo de dinero. Muy poquito, porque mis canciones solo sonaban, desde 1996, en un par de emisoras: Radio U y Radio Nacional. Escribo el nombre de nueve canciones mías y una, “Rabo de nube”, de Silvio Rodríguez.

Empiezo el concierto con “De material sensible”. Escucho al público cantar conmigo. Desaparecen todos los nervios y una sensación que debe ser lo más parecido a la felicidad me recorre todo el ser. En medio de la última canción, mientras canto con los ojos cerrados, escucho un barullo... abucheos. Por un momento, pienso que ha de ser conmigo. Abro los ojos y veo a un grupo de personas acomodarse en la primera fila de asientos y comienzo a comprender qué sucede: es Óscar Arias, presidente en ese entonces, con parte de su gabinete.


“Acércate, acércate, que acechan lobos que no distinguen ser y tener”. Eso dice la canción que estoy cantando. Cuando comprendo lo que sucede, una sonrisa se me pinta en el rostro. El país estaba polarizado por el TLC. A día de hoy, seguimos esperando que se cumplan las promesas del BMW, del empleo para los costarricenses y de que todo bajará de precio por la competencia y por la entrada al mercado de productos libres de aranceles. En cambio, lo que tenemos es un gran hueco fiscal, más desempleo, un sector agropecuario sumamente golpeado y todo tan o más caro.


Un año y resto después, en 2009, ese mismo presidente va a firmar un par de decretos, a presentar un proyecto de ley y reservas a tratados internacionales atentando contra mis derechos de propiedad intelectual, derechos por los que, días después del concierto de marzo de 2008, recibí un cheque de casi un millón de colones. Súmenle a eso lo que recibí por los otros conciertos que abrí ese año: Camilo Sesto, Fito Paez e Ismael Serrano. Con ese dinero pude terminar de producir mi tercer disco, “De adioses y siempres”. Claro, porque, además de autor, compositor e intérpretes, yo mismo soy el productor de mis fonogramas. No tengo detrás de mí a una de las grandes multinacionales de la música a las que CANARA, ya desde 2009, acusaba de querer saquear el país y cerrar radios con cobros abusivos. Fue en el marco de esa campaña que Gobierno y Cámara gestaron la presentación de las reservas que atentaban contra el reconocimiento de mis derechos como artista y productor, presentación que la Defensoría de los Habitantes, en un informe elaborado a solicitud de un importante número de colegas, consideró, por decirlo de alguna manera, “irregular”.


No fue sino hasta la Administración anterior que, el Gobierno, atendiendo las recomendaciones de la Defensoría, decidió devolverme a mí y a mis colegas -aunque no todos lo tengan claro- una parte de nuestra dignidad como personas trabajadoras, levantando dichas reservas.

No voy a cansarles con la historia. Hoy volvemos a tener que soportar una campaña de presión al Gobierno, como la de 2009, para que se vuelvan a presentar reservas para no reconocer mis derechos. Esto me genera indignación. Y le genera indignación a mis colegas que mejor entienden cómo funciona la industria de la música, qué es una cadena de valor y lo que implica estar dentro de la misma. Lo que quiero dejar patente es que luego de vivir en carne propia lo que significa que se te respeten y reconozcan tus derechos uno comprende la importancia de los mismos. Y no es un tema solamente económico. Es un tema de dignidad, de constatar que tu trabajo es reconocido.


A partir de la experiencia de 2008, me comencé a involucrar en el quehacer de las entidades de gestión colectiva. Y empecé a hacerlo porque me percaté de las dificultades que estas enfrentan, de lo hostil del entorno, de la falta de cultura de respeto al trabajo artístico en general, de las resistencias a reconocer nuestros derechos. Hay resistencias en algunos agentes que trabajan en las instituciones del Estado que deben tutelar esos derechos, en algunos sectores políticos que ven en estos derechos una moneda de cambio ante grupos de interés más poderosos que el grupo al que pertenezco y hay resistencia en sectores de personas usuarias de la música, sectores para los que la música es un insumo más de su actividad económica y que creen que la misma “cae del cielo”.


Involucrarme en la gestión colectiva de los derechos de autor y los derechos conexos ha implicado conocer de experiencias de otros países y ver el potencial que esta tiene en cuanto a factor dinamizador de una industria musical. Por un lado, estas entidades deben hacer un reparto de dineros en función del uso real de la música, por lo cual nuestro país lleva desventaja, pues el porcentaje de música nacional que se programa aquí es muy bajo. Este argumento lo utiliza un sector de radiodifusores para no querer reconocer estos derechos. El tema es que las entidades de todos los países representan no solo a los artistas nacionales, sino que representan todo el repertorio mundial. Si queremos que más dinero llegue a los artistas nacionales, podríamos empezar por programar más música nacional. Por otro lado, está el porcentaje de recaudación que alimenta fondos como el de bienestar profesional, previsión social y promoción cultural, fondos que benefician directamente a los artistas nacionales y con los cuales se pueden financiar proyectos, giras en el país o en el extranjero, dar becas, generar seguros colectivos, subsidiar espacios de música en vivo o construir nuestras propias salas de conciertos. Todas esas cosas ya se han hecho en pequeña escala, y se podrían hacer a más grande si todos los usuarios de la música que deben reconocer estos derechos lo hicieran. Como sucede en otros países.


Nosotros no tenemos que pedir que nos regalen nada. Lo que tenemos es que exigir que se respeten nuestros derechos. Como sector tenemos la madurez para discutir y decidir cómo organizarnos y cómo generar beneficios individuales y colectivos con el producto de nuestro trabajo.



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